lunes, 7 de enero de 2013

DON MIKI Y LOS ADORADORES DEL DIABLO


Explicar lo que fue la revista Don Miki creo que está de más, pues en mayor o menor medida todo el mundo la conoce. Decir tan solamente que se publicó en los años 70 y 80, y en su interior podíamos leer las aventuras del Tío Gilito y sus sobrinos, Mickey, Pluto, Goofy o Donald. También podíamos encontrar en su interior numerosos artículos, de todo tipo, desde iniciaciones a los deportes, taller de inventos, animales, trucos de magia... Pero de vez en cuando, nos encontrábamos con autenticas rarezas (teniendo en cuenta al público al que iba dirigido), y te contaban las aventuras que los reporteros habían vivido en sus viajes por todo el mundo, intentando encontrar una tribu perdida de la mano de cristo en el amazonas ( que no ha tenido contacto con personas del exterior), a los abuelos con más años del mundo o lo que realmente se esconde detrás de las minas y el negocio del oro. Lo de los abuelos me hizo gracia, ya que salen de todas las edades, cien años, ciento catorce, etc..., y te explican como ha sido su vida para mantenerse en tan buena forma. Bien, pues sale una rusa con más años que matusalén (foto suya incluida), y dice que lo mejor para una vida sana es fumar y beber vodka todo el día, jejejjjejee, si señora, ese es el secreto de la longevidad. Imaginaros leyendo el Don Mickey en su época, o a vuestros hijos ahora, y que te digan que los peores vicios son los que te mantienen joven y fuerte. ¿Habrán leído este articulo de los abuelos y por eso los jóvenes de hoy en día hacen tantos botellones?

Carrancio, un amigo mío, dijo poseer un número de Don Mickey donde los reporteros viajaban en busca de una secta que adoraba al diablo, y de la que nadie se atrevía a hablar. Rápidamente le pedí el ejemplar, y me resultó curiosa su lectura, así que decidí picarla y compartirla con ustedes.

DON MIKI Y LOS ADORADORES DEL DIABLO. SEMANARIO JUVENIL 24-31 MARZO DE 1977, NÚMERO 24, 30 PESETAS. EDITORIAL MONTENA.


Después de una noche de insomnio, el tren nos dejaba al amanecer en Mosul, la ciudad más importante del norte de Iraq. Apenas unos viandantes madrugadores pudieron indicarnos la estación de autobuses que nos conducirían hasta Ain Sifni, en las montañas del Kurdistán, en las que durante casi cien años sus habitantes han mantenido una guerra romántica e inútil para conseguir una nación independiente.

Que sorpresa la nuestra cuando al querer informarnos sobre nuestro propósito los rostros se demudaban y el silencio era la respuesta más común. No comprendíamos por qué nuestras pesquisas no facilitaban en absoluto la consecución de nuestros objetivos. Todos se volvían recelosos y comentaban entre ellos, mirándonos como si estuviésemos locos. Sabíamos que lo que buscábamos estaba a 20 Km. de Ain Sifni, pero nadie parecía saber nada, o mejor dicho, daba la impresión de que no querían saber nada. Comenzábamos a desesperarnos pensando que después de tan largo viaje no conseguiríamos nuestro propósito cuando, en un pequeño hotel, dimos con un hombre que, finalmente, habría de ser nuestro guía.
“Realmente vuestro propósito es descabellado, nos dijo. A ninguna persona en su sano juicio se le ocurriría venir preguntando por los adoradores del diablo, y menos cuando no hace ni quince días que ha terminado la guerra.”

A la mañana siguiente muy temprano, nos había preparado unas caballerías y salimos de inmediato hacia el Norte, hacia el corazón de la cordillera del Tauros. La mañana de primavera era muy fría, pero la emoción nos alentaba y el trote vivo de los caballos nos otorgaba un cierto aire de conquistadores antiguos, de aventureros en busca de algo más difícil y hermoso.
Hacia El año 1130 un piadoso musulmán, Cheikh Adi, fundó una secta religiosa que se deriva del Islam, pero con ciertas influencias cristianas y judías. Eligió un lugar solitario en las montañas del Kurdistán como lugar de retiro y allí lo enterraron sus discípulos bajo estas extrañas cúpulas cónicas estriadas.

 
Era chocante que la gente tuviese tanto temor a un grupo minoritario y marginado que habita en las montañas y apenas tiene relación con el resto de la población, ya que se casan entre ellos y, a pesar de ser kurdos, consideran a sus hermanos de raza y a los árabes como enemigos declarados. Nos dirigíamos a un pequeño santuario que el santo fundador de la secta, Cheikh Adi, escogió como lugar ideal para ser enterrado. Cuando divisamos las cúpulas cónicas que coronan el santuario avivamos el paso. Sentíamos crecer la emoción y... un cierto temor. Al desviarnos y tomar el camino, un hombre, tocado con un gorro blanco, ataviado con chaqueta y pantalones abombados negros, de barba gris y espesas trenzas, nos saluda amablemente en árabe, nos da la bienvenida e invita a seguir hasta el santuario.

Los yezidis o adoradores del diablo no son muchos, apenas 50000, de los que la mayoría vive en Sinjat. Conservan costumbres muy peculiares, tales como no cortarse el pelo jamás o no emplear botones en la ropa, que sujetan con cuerdas.

Animados por su cordialidad, nos acercamos y hablamos con quien nos abre la puerta. Explicamos nuestro deseo de visitar la tumba de Chaikh Adi, aunque nuestro verdadero propósito fuese convivir durante algunas horas con esta extraña secta rodeada de misterio. El portero nos guía hacia el interior a un patio donde dos o tres hombres nos observan detenidamente en silencio. Nos indican que debemos descalzarnos para entrar en el santuario sin pisar el umbral de la puerta, en una de cuyas jambas está representado el diablo en forma de serpiente.  


El pórtico del santuario, presidido por la imagen del demonio en forma de serpiente. Nuestro guía posa ante la cámara. Normalmente piensan que las cámaras son portadoras de espíritus malignos y no les gusta ser fotografiados.


Con cuidado, atravesamos un pequeño manantial que corre dentro del monasterio. La oscuridad es absoluta. El hombre enciende un candil de aceite que presta a su rostro unas calidades dramáticas espectaculares. Nos coloca frente a unos mantos que cuelgan del techo mientras nos explica algo en kurdo. Los besa y lo imitamos. Por fin, nos introduce en una sala pequeña en cuyo centro, bajo las cúpulas estriadas, hay un enorme túmulo en el que reposa el santo. Enciende unos velones que iluminan oscilantemente la estancia y se postra al mismo tiempo que inicia un cántico cuyo eco nos aturde y asusta. No sabría decir el tiempo que permanecimos en aquella estancia, pero cuando el canto finalizó me di cuenta de que mis dientes castañeaban y mis ojos estaban desorbitados de rasgar la penumbra.
 
 

El mobiliario es muy reducido. Las casas no tienen ninguna decoración y la vajilla es también muy limitada. Un fogón de leña, unas marmitas, morteros, cazos y bandejas son los útiles más comunes.


Fuera, la luz hirió nuestros ojos. El hombre nos condujo a un patio despejado donde, en compañía de otros hombres y mujeres, nos invitó a un té y leche agria con pan. Esta nueva actitud nos calmó. Poco a poco nos fuimos encontrando a gusto y entablamos una difícil, pero animada charla, mezclando lo que de común sabíamos en distintos idiomas.


Las mujeres visten sobriamente, pero tienen un hermoso aspecto. El rojo y el blanco son predominantes. Sin embargo el azul les está prohibido, porque piensan que irrita al diablo.


Era hora de irnos. Llegamos a Ain Sifni ya casi de noche. Los misteriosos adoradores del diablo habían sido para nosotros los más amables anfitriones y el temor que inspiran a la gente nos parecía más producto de la fantasía que otra cosa. Sin embargo, era cierto que teníamos la sensación de no haber profundizado, de no haber llegado al fondo de la verdad sobre ellos. Decidimos volver a visitarles, pero en la cordillera de Sinjar, donde reside la mayor parte de esta extraña y misteriosa secta.


No quisiera terminar la entrada sin agradecerle nuevemente al señor Carrancio su amabilidad al dejarme el ejemplar, y que tarde siglos en devolverselo.

4 comentarios:

ALEX dijo...

Muy buen articulo!!!

miquel zueras dijo...

Me ha encantado el post. Qué recuerdos esta publicación... yo tenía un álbum fantástico con los Jóvenes Castores y el tío Gilito: "En busca de la piedra filosofal". Saludos. Borgo.

Gárgola dijo...

- Alex, yo siempre soy partidiario de recuperar articulillos publicados hace mil años en distintas revistas, y que hoy en día son casi imposibles de leer, si no fuese gracias a internet.
Un saludo

Gárgola dijo...

-Borgo, no te creas que a mi no me ha traido también recuerdos de antaño. Recuerdo cuando anunciaban la colección de jovenes castores, y si la hacías entera te regalaban una cutre estantería de plástico.
Un saludo